La película sigue a la guardia indígena de Sinangoe en Ecuador, una de varias comunidades indígenas que encabezan estos esfuerzos. Gracias al trabajo incansable de su guardia comunitaria, Sinangoe pudo expulsar a los mineros de su territorio y sentar un precedente crítico para el derecho de los pueblos indígenas a decidir sobre el futuro de sus hogares en la selva tropical. Patrullando a lo largo de 63.000 hectáreas de selva prístina, la guardia de Sinangoe monitorea pacíficamente y, cuando es necesario, confronta operaciones ilegales, utilizando tecnología como cámaras de video alimentadas por energía solar, drones y otros dispositivos para presentar quejas formales ante las autoridades e incluso demandas contra los malos actores.